¿Hacia
dónde va el cine colombiano? ¿Puede ser renovador y a la vez 'mainstream'?
¿Puede y quiere competir con la industria pesada no de Hollywood, sino de otros
países de América latina? ¿Qué dicen los creadores? ¿Y los cinéfilos? Tras el
reciente festival internacional de cine de Cartagena de Indias donde se pudo
observar el centelleante cine colombiano, pienso que podemos afirmar hoy día
(ya lejos del cine de Gustavo Nieto Roa, Lisandro Duque, Ciro Durán, Camila
Loboguerrero, Luis Alfredo Sánchez, Julio Luzardo, etc., etc.) dos semblantes
importantes, y, tomo como referencia a dos películas colombianas estrenadas
este año:
El
primer aspecto se puede identificar a través de la cinta “Manos sucias” (2014)
del cineasta Josef Wladyka, ambientada en la pobre Buenaventura del Pacífico
colombiano. Si bien la película toca el tema del narcotráfico, la música
ancestral de la región, su paisaje natural, el acertado casting de dos hermanos
en la búsqueda del sueño perdido, y un montaje elíptico propio de las películas
de acción; nos permite aseverar que estamos ante una buena película. Si bien
plantea en su discurso una cuestión local —y real—, su condición de un “cine
ágil” la distingue.
“Manos
sucias” es de esas películas de la cuales no se puede escribir mucho, pues se
cometería “spoiler”. De todas formas la idea central, parte de dos hermanos que
deciden ir más allá de sus posibilidades de riesgo y ascenso en la vida, y aunque
el narcotráfico evidentemente fue una opción exitosa para ello —no lo es para
muchos otros colombianos—.
En lo
estrictamente cinematográfico, el ritmo de “Manos sucias” no decae en ningún
momento, logrando un timing perfecto en todo el relato. Algo que no se
observaba hace rato en este tipo de cine colombiano reciente. Se percibe además
en esta cinta, el oficio del cineasta, aunque no tenga mucho que mostrar. Así
que con actores que parecen venir de la vida misma (si bien tienen estudios de
actuación), ofrecen la garantía de una historia verdadera, aunque en los
créditos no se diga nada al respecto.
El
segundo aspecto lo podemos dilucidar a través de la película “Tierra en la
lengua” (2014) de Rubén Mendoza, un cineasta colombiano que se dio a conocer
por "La sociedad de semáforo" (2010). Pero antes de analizar y
considerar su reciente filme, es pertinente señalar respecto a “La sociedad del
semáforo” que es una interesante historia sobre seres marginales para hablarnos
de esa jungla del asfalto que es la capital colombiana, aunque igualmente
plantea todo un tratado sociológico sobre el tema de marginalidad. Ahora, con
base en esto, podemos escribir que es una de las mejores películas colombianas
al respecto.
Con
"Tierra en la lengua" (gana el “India Catalina” a la mejor
película este año en el festival de cine de Cartagena de Indias) el cineasta
nos introduce un personaje mayor, cascarrabias que orienta su destino y el de
sus nietos a su capricho. En este contexto, la película plantea los antojos de
quienes luchando contra su propia voluntad, seducen con mucho artilugio que en
la vida siempre se hace lo que uno quiere. Esa propuesta de las decisiones
personales porque yo soy así y bien “verraco”, muestra también rasgos de ese
patriarcado que en muchas familias colombianas se da, precisamente por una
sociedad machista.
Por lo
demás, una historia lineal si se quiere, pero que en manos del personaje
protagonista —caracterizado por Jairo Salcedo— aduce que mientras agonizo, yo
mando. Y es que esta historia patriarcal, majestuosa —aunque sin solemnidad—,
bien nos remite a muchos otros personajes del cine y la literatura, sobre todo
cuando la muerte no está de vacaciones. Y si se quiere leer "Tierra en la
lengua" en este sentido, pues resulta una reflexiva historia de no temerle
a la muerte.
Así que
al confrontar y comparar estos dos semblantes a través de estas dos películas
desde el punto de vista de cine de autor, se puede identificar y contrastar —si
se quiere— el cine colombiano reciente. Por un lado el llamado “autor independiente”
—que no da un peso en la taquilla—, pero sí para mostrar más en festivales de
cine (“Mambo cool”, “Monte adentro”, “Marmato”, etc.) y que de pronto algunos
cineastas se esfuerzan demasiado en ello, logrando su propósito. La esencia de
este tipo de cine es identificarlo al instante, que tenga la capacidad de
hacernos asociar a una especie de microcosmos, mediante signos, sin tener que
ser justamente a un cineasta.
Yo
diría además que con cámara en mano, planos largos y silenciosos, ausencia de
música en momentos específicos, poco montaje y cambios de plano. Todo esto en
su conjunto, logra colocar al espectador en un mundo real, donde los acontecimientos
no se desarrollan como fotografías que cambian desapaciblemente, sino donde los
ojos de la cámara —que ve y es el dedo que señala— se mantienen bien abiertos y
absorben los momentos como realmente son: largos y angustiantes, perennes y a
veces tediosos.
Y está
ese otro cine de autor, que si bien no pierde su condición del llamado
“neorrealismo”, tiene la garantía que además de un cine con cámara y mano firme,
llega más pronto a las salas de cine nacional e internacional. Ninguno de estos
dos tipos de cine aquí enunciados fastidia en la medida en que los chiches a
los que estamos acostumbrados, están fuera del alcance de los cineastas, más
próximos a mostrar sus puntos de vista con personalidad y atributos propios,
aunque auxiliados casi siempre financieramente (Ibermedia, Proimágenes, etc.).
Pero
ese cine colombiano que no es independiente y mucho menos cine de autor, lo
verificamos en la película “Secreto de confesión” (2013), de Henry Rivero —uno
no sabe si esta película es venezolana o colombiana—, aunque si bien, se
aproxima a ese cine “mainstream” (convencional) y que el cine latinoamericano cada
vez se aleja más de él; aun en las coproducciones ha tenido la suerte esquiva.
De
todas formas si bien la idea de la película “Secretos de confesión” resulta sugestiva
—un sicario le dice a un sacerdote en una confesión que va a ser asesinado por
él—, el filme se diluye en la intriga secundaria y unos diálogos que a veces
quieren explicarlo todo. Además, de tanto salto espacio temporal en el relato
—su aspecto menos favorecedor—, de pronto algunos criterios de peso dramático
en el guión no sobresalen si bien el hilo conductor es una confesión sincera —aunque
suene a tautológico— de parte de un sicario (Marlon Becerra).
Y es
que la cinta es un thriller psicológico, que deviene en una dialéctica sobre el
bien y el mal —a través de dos personajes— en medios corruptos, que de pronto
ya no sorprende al espectador colombiano atosigado sobre este tipo de temas. Lo
mejor a mi juicio es la fotografía que logra dar tono a escenas propias
del thriller, aunque el guión cae en sus dos tercios finales. Ya lo dice Robert
McKee: "si quiere escribir un buen guión, lea la "Poética", de
Aristóteles.
Conclusión:
que estén donde quieran los cineastas colombianos y su forma de “ver” el cine,
falta además mucha cultura de marketing cinematográfico y sobre todo en esta
época del cine digital. “Dado que el papel de la empresa es crear clientes, sus
dos únicas funciones esenciales son el marketing y la innovación” (Peter
Drucker).
2 comentarios:
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