miércoles, 3 de diciembre de 2008

La película más vista en Perú disecciona a su clase pudiente

Lima tiene su propia feria de las vanidades. Un empresario y la jefa de reservas de un hotel se conocieron chateando. Después de cuatro años de noviazgo se casaron en la capilla del Colegio Sagrado Corazón Sophianum. Puerto del Callao: una señora de la alta sociedad organiza un cóctel para un grupo de amigos en un crucero de lujo. "La vida en el mar es más sabrosa", razona la revista Cosas. "Creo que sentí vergüenza. Mis cremas nunca fueron tan finas como las de él", lamenta una chica en su blog. El universo de los ricos es pequeño y ajeno. El director Josué Méndez decidió seguirlo con su ojo. El resultado es Dioses, la película más vista y discutida de Perú en estos días.


En el cine del centro comercial Arcomar, en Miraflores, en los barrios populares, todos quieren mirar las escenas de fantasía realizadas para pocos. Dioses cuenta la historia de Diego (Sergio Gjurinovic), un adolescente enamorado de su hermana, Andrea, y que enfrenta la culpa y los placeres que esto le provoca. Andrea (Anahí de Cárdenas), sin embargo, ocupa su tiempo en otras cosas: ella tiene sus propios secretos que esconder.

Agustín, el padre de ambos, acaba de llevar a casa a Elisa (Maricielo Effio), su nueva novia, veinte años menor. Es bella, pero sus rasgos la delatan: proviene de un estrato social más bajo. Elisa tendrá que completar con éxito su ritual de iniciación si se quiere convertir en dama de sociedad.

En conversación telefónica con EL PERIÓDICO, Méndez definió su película como "una crónica sobre la decadencia, la hipocresía y el conformismo en un medio frívolo y hermético, donde los personajes actúan como dioses, más allá de las reglas, más allá de la moral, y más allá de lo creíble". Para la revista Caretas se trata del "intento de crítica cinematográfica más frontal a la clase alta peruana" desde hace mucho tiempo.

Josué Méndez nació en Lima en 1976 y conoció de cerca a sus personajes: antes de ir a la Universidad de Yale, estudió en el Markham, un colegio británico de matriz aristocrática. En sus aulas se mezclaban apellidos de abolengo y blasones de cartón, el nuevo linaje de la economía mundial y la ascendencia en franco descenso.

Algo los une a todos: "Es un grupo social que ha decidido aislarse geográfica e intelectualmente de los profundos problemas sociales que afectan al país. Crearon su propio país dentro del real. Un lugar donde sienten que sus hijos pueden crecer sin peligros y perpetuar la estructura que sostiene el orden de todo", explica Méndez. Los dioses tienen su propio olimpo en San Isidro, La Molina, La Planicie, barrios abiertos y cerrados donde la realidad solo entra por la casilla de vigilancia. Pero hay un momento en que el espectáculo de su despreocupación se despliega a la vista de los que no participan de la fiesta.

"Cualquier futbolista europeo tiene más dinero que ellos. Los ricos peruanos no lo son, y al exagerar su importancia se vuelven patéticos. Se esfuerzan por demostrar su superioridad en ámbitos domésticos", añade Méndez.

Su película se desarrolla en Asia, el balneario a la vera de la ruta Panamericana, que conduce al sur. Hay allí una ristra de casas de playa hechas para olvidarse del presente. Los jóvenes pronuncian "eisha", con una fonética bien british. Del otro lado de la carretera, está el pueblo joven (barrio humilde) llamado también Asia. Pero allí la gente se abstiene de los acentos impostados. En esas chabolas viven los que atienden a las familias de forzada prosapia.

Para escribir el guión, Méndez leyó la Teoría de la clase ociosa, del sociólogo estadounidense Thorstein Veblen. Leyó además Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce, y La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa, novelas plagadas de ironías sociales. Pero esos libros ya no dan cuenta de algunos hábitos culturales. "Hoy, mucha de esa gente está atravesada por una religiosidad sincrética: mezclan el chamanismo peruano con los círculos de energía y la Biblia, aprenden sobre el misterio de las plantas y las piedras", dice el director.

Dioses es un espejo y no siempre gusta lo que refleja: "Hubo personas que se sintieron tocadas por la crítica pero se rieron, y algunas señoras ridículas que se molestaron. Pero también están los que no se dieron cuenta de que se está hablando de ellos".

(Fuente: El Periodico)