Por Gonzalo Restrepo Sánchez
La historiadora de cine María Lourdes Cortés en algún momento escribió que “el audiovisual centroamericano, ha tenido que surgir entre los escombros de las guerras y los desastres naturales, ha tenido que sortear dictaduras e invasiones, y sobre todo, ha tenido que pelear con pantallas copadas por las imágenes siempre perfectas del cine dominante”.
“A estas dificultades reales debemos sumar la ausencia de atención que los Estados nacionales han dado a la comunicación audiovisual propia. Centroamérica no ha tomado aún plena conciencia de la importancia de las imágenes en movimiento. No se ha interiorizado la idea de que "un país sin cine propio es un país invisible". De que las pantallas audiovisuales de nuestro tiempo son, como señala el cineasta argentino Octavio Getino, "el espejo sociocultural en el que una comunidad y cada uno de sus integrantes se proyectan y se autorreconocen, construyendo parte esencial de su identidad individual e histórica”.
Desde 1988 con “Un pasaje de ida”, de Agliberto Meléndez no veía una película de República Dominicana (todavía el título más importante de ese país). En esta ocasión “Trópico de sangre”, de Juan Delancer es un film que fundamentalmente tiene en algunas escenas, problemas de transiciones y enlaces, y si bien el relato luce por momentos con fuerza e interés, de pronto desaparece todo ello, ya que caprichosamente se desvía de los intereses del personaje Minerva, debido a que por momentos deja de ser el hilo conductor de la trama. ¿Esto resta un poco de “verosimilitud” a un relato que recrea una época de la dictadura de Rafael Trujillo? De todas formas deja una extraña sensación.
Desde 1988 con “Un pasaje de ida”, de Agliberto Meléndez no veía una película de República Dominicana (todavía el título más importante de ese país). En esta ocasión “Trópico de sangre”, de Juan Delancer es un film que fundamentalmente tiene en algunas escenas, problemas de transiciones y enlaces, y si bien el relato luce por momentos con fuerza e interés, de pronto desaparece todo ello, ya que caprichosamente se desvía de los intereses del personaje Minerva, debido a que por momentos deja de ser el hilo conductor de la trama. ¿Esto resta un poco de “verosimilitud” a un relato que recrea una época de la dictadura de Rafael Trujillo? De todas formas deja una extraña sensación.
Por lo demás, cabe decir que al menos sobresale la actuación de Michelle Rodríguez como Minerva Miramal y Juan Fernández como Trujillo. Todavía el cine de Centroamérica dista mucho de tener ciertos estándares internacionales de calidad, aunque lo que importa a la larga, es contar la propia realidad. Ya lo dijo en su momento el escritor uruguayo Eduardo Galeano. “El cine latinoamericano es, hoy por hoy, la única prueba irrefutable de la existencia de Dios”.
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