jueves, 23 de marzo de 2017

La crítica de Gonzalo: La mujer del animal



"No hay animal que no tenga un reflejo de infinito; no hay pupila abyecta y vil que no toque relámpago de lo alto, a veces tierno y a veces feroz.
Victor Hugo, “La leyenda de los siglos”. 

Se estrena después de un largo proceso, “La mujer del animal”, del cineasta antioqueño Victor Gaviria. Más que hablar de este filme y su trama (deja exhausto hasta el menos desprevenido) por el contenido brutal y abyecto de la historia y sus personajes, remitiré al sentimiento que prioriza a lo largo de dos horas, no sin antes reconocer que es una obra, si no menor en la filmografía del autor, no culmina las ambiciones de las que le preceden y que lo hicieron famoso.

"La muerte vive una vida humana, dijo Hegel. Esto es cierto cuando no estamos enamorados o en análisis", dijo Julia Kristeva. Es que para hablar de la abyección y el amor, la filósofa sostiene que “una de las mayores infelicidades en la sociedad occidental —explica— es el individualismo, que nos hace negar el amor y la solidaridad. Nuestra sociedad carece, además, de código amoroso”.

Así que eso es esta aterradora historia. Una fábula sin códigos amorosos. Kristeva considera que “aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal con la conciencia limpia, el violador desvergonzado, el asesino que pretende salvar ... Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto”, pero la transgresión planeada, la muerte socarrona, el desagravio hipócrita lo son aún más porque acrecientan esta “exhibición de la fragilidad legal”.

Y es que para para revelar una voluntad de autodestrucción, estos arquetipos —frustrados o perdedores— y aparte de contextos culturales; el cine colombiano parece haberse atiborrado de ellos para revelar una voluntad de autodestrucción. En el filme Satanás (André Baiz, 2007), las historias articuladas de tres personajes —una chica que ayuda a estafar a hombres ricos, un cura agobiado por su sexualidad y el caso del ex-soldado del Vietnam, Campo Elías Delgado, llamado Eliseo para el cine— están descritas con mano firme y una decidida apuesta por evitar odiar o adorar a los modelos actanciales, quienes desde el principio, el fatal latido de la desgracia se vislumbra.

Resulta un tanto difícil introducirse en cómo proceden las emociones en la disposición de lo abyecto en unión a la corporalidad. Sin embargo, desde el punto de vista del psicoanálisis esa configuración se advierte —entre muchos otros filmes— en El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1977) y Perfume de violetas, nadie te oye (Maryse Sistach, 2000). La experiencia emocional libidinal, la motricidad o la base fisiológica, no es la única causa que influye en nuestra percepción e imagen del cuerpo. Es a través de la relación con el otro y la emoción que éste expresa y suscita en mí.

La idea a concluir y a modo de contra ejemplo sería: Y es que si el individuo ha nacido para vivir en sociedad y afirmando que el principio de supervivencia personal y de la especie es propio del orden natural, necesariamente dos personas —hombre y mujer— deben relacionarse para poder sobrevivir. Es indudable que la parte más cercana de estas relaciones es la familia y luego el resto de la sociedad. «Una de las preguntas más esenciales a propósito del mundo social, es la de saber por qué y cómo ese mundo perdura, persevera en el ser, cómo se perpetua el orden social. Es decir, el conjunto de las relaciones de orden que la constituyen» (Bourdieu, 2006: 31). 

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